Amor de Verano

Hace días que tengo pensamientos y recuerdos sobre un lugar en especial. Una porción, un barrio, unas manzanas de una gran ciudad. Debe ser seguramente la época del año y sobretodo los comentarios y fotos que me llegan de dicho lugar. Soy un enamorado de Mar del Plata y debo admitir que solo conozco un 20 % de la ciudad. Nací en enero y a los pocos días mi viejos ya estaban instalados en La Feliz. No es que me apasionen las playas del centro, o el tráfico de la Avenida Colón, o la cantidad de gente que camina por la orilla, lo que me vuelve completamente feliz es la casa donde veranee toda mi vida y que mis abuelos compraron cuando mi mama tenia 13 años.

Es una casa situada en una hermosa y tranquila esquina de Punta Mogotes. Barrio el cual me parece increíble. Las veredas son de pasto, si de pasto bien cortado y todas tienen un caminito de piedra que hacen su paseo casi mágico. No hay ningún semáforo, no hay edificios, los poquísimos negocios están todos ubicados en la avenida principal, Mario Bravo, y sus dueños repiten sus rutinas año tras año. Las mayoría de la casas están construidas con piedra mar del plata, que es un material que abundaba en las canteras de los años 50.

No puedo tener recuerdos mas hermosos y felices que mis primeros veranos en Mardel. Antes el verbo ¨veranear¨ se utilizaba mucho mas y mejor aplicado. Significaba pasar todo el verano, últimos días de diciembre a finales de febrero o a veces hasta casi empezar las clases. Nos tirábamos 3 meses de playa y amigos temporales (de temporada). Antes las madres se ocupaban de la casa y los hijos, y los padres de laburar y traer la plata a casa. En nuestro caso, y creo que en muchos, mi viejo laburaba durante la semana, e iba y venia cada fin de semana durante todo el verano desde Capital Federal. Ahora se llaman ¨vacaciones¨y son cortas y hasta stressantes. **

En esta histórica casa pasábamos los veranos, mis abuelos, mis padres, mis tíos, mis hermanos y mis primos. Eramos 7 pendejos ingobernables y 3 parejas de adultos. Mi abuela se la pasaba cocinando y haciendo cosas en la casa. Ella no podía estar mas feliz. Cada mañana nos esperaba en la cocina con tostadas recién hechas. Pero no tostadas de pan lactal. Ella cortaba en rodajas las figasitas y las ponía en esa tostadora (no eléctrica) que solo hay en la casa de nuestras abuelas (con una rejilla y un fondo negro con pintitas blancas y algunos agujeritos). A cada uno le preparaba el Nesquik a medida. Uno con poca azúcar, el otro caliente, el otro tibio, el otro sin grumos. Siempre contaba con la ayuda de mi tía Patri y mi vieja. Ellas ya se adelantaban y preparaban un taper repleto de sandwiches para llevar a la playa. La heladerita era casi un tesoro al cual los mas chicos no teníamos ningún derecho. Para evitar accidentes, como la caída de algún alimento a la arena, o simplemente comer el sandwich equivocado. Para Tatu sin mayonesa, para Fede sin tomate, para Tin sin corteza, etc. Entonces al mediodía almorzábamos en la carpa 166 del pasillo 5 del Balneario 2, llamado Alaciel, nuestra carpa de todos los años. Mismos carperos, mismos mozos, mismos bañeros, mismos ocupantes de las carpas aledañas. Una gran familia, que hoy en día mantenemos. Luego del almuerzo, los 7 teníamos que desaparecer todo el día. Esa era la consigna de nuestros padres.

 _¨desaparezcan... vía vía, vayan a ver los lobos marinos que están en el balneario 24...¨ _ gran mentira que hasta el día de hoy recuerdo.

Luego de vaguear toda la tarde con nuestros nuevos amiguitos, volvíamos a la carpa para la parte final. Y recién ahí entraban en acción los hombres, los adultos. Mi viejo o mi tío Jorge o ambos juntos, se encargaban de ducharnos o mejor dicho, controlaban que todos nos bañásemos. Lo interesante era cuando nos teníamos que bañar solos, porque tanto Jorge como mi viejo estaban en Capital laburando. Era muy divertido, ya que ocupábamos casi todas las duchas, haciendo un lindo kilombo y con alguna pelea de por medio. Muchas veces metíamos a Tatu, (el mas chico de los 7) en la ducha de algún adulto, desconocido claro, para que lo duchara.

La cena era realmente un espectáculo. Las 3 mujeres se encargaban de todo. De muy chicos comíamos en 2 turnos, primeros los chicos y luego los grandes. En todas, pero en todas las cenas, alguno de nosotros volcaba un vaso repleto de Coca Cola. Y la frase de mi abuelo se repetía una y otra vez.

  _¨pero puede ser posible?, siempre lo mismo¨_

Ademas tomábamos litros y litros de Coca Cola. Era el único momento del año que tomábamos gaseosa. Mi abuelo era el encargado de comprarnos los postrecitos ¨Shimmy¨o ¨Sunday¨y las cientas de bebidas que desaparecían por semana. Ahora valoro mucho mas que antes su inagotable paciencia, éramos unas bestias, y el nunca nos retaba. Nos malcrió hasta su ultimo día

La casa conserva la decoración original. Los cuadros, muebles, el bar con su infaltable anís 8 hermanos y su fernet, el cajón de los juegos, las cartas humedísimas, el bingo de madera, la ruleta con mil vueltas, los dados y sus cubiletes de pana verde, los anotadores con miles de tanteadores viejos, las revistas viejas con las caras juveniles de Susana Giménez y Carlos Monzón, o el reciente ataque a La Tablada, los vasos celestes de la leche, la mantequera con la flor naranja, las banquetas de la cocina, el cuartito azul, el mantel eterno, los pesados ceniceros, y el olor. Ahhhh!! el olor es único. Indescriptible.

Cada vez que abro esa puerta, me invade siempre el mismo aroma. Por mas que me esfuerce en explicarlo o describirlo, es inútil. Solo basta una respiración para quedar extasiado.

Pasaron ya 42 años, y millones de momentos inolvidables. Esos momentos están en el espíritu de la casa. Esa alegre melancolía me produce una felicidad momentánea y una tranquilidad duradera. También hace mas de 40 años que mis padres se conocieron a unas pocas cuadras de esa hermosa casa e iniciaron ahí su unico y amoroso camino . Ellos maduraron, nos tuvieron a mis hermanos y a mi. Ahora que nosotros ya pasamos nuestros veranos de juventud en la misma casa, la historia se repite y son sus hijos, mis sobrinos los que están redescubriendo ese tesoro. Pasó muchísimo tiempo y me emociono siempre de la misma manera cuando el auto está apenas a unos metros de la esquina. Cada vez que subo a la pieza donde dormíamos los 7 primos (Despiole Room..dice el cartel) no puedo creer como hacíamos para entrar todos ahí. Un ático con techos bajísimos y 7 camas. En las paredes pósters de grupos de música de la revista 360, y nuestro infaltable Boquita. Como cambian las dimensiones cuando uno es pequeño. Sobre una pared están escritas las alturas de todos nosotros año tras año. Una costumbre que no me canso de repetir. Ahora ya con 30 años y con la misma altura, solo me limito a dejar mi nombre y la fecha del año.

                                   Tostadora clásica.


** Texto insipirado en unas sabias y hermosas palabras de mi madre.

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